Toc toc. Soy la frustración en tu puerta, humana.
“…Mamá estoy harta de hacer la tarea, y la tarea de la tarea…”, dijo, y si bien la literalidad de sus palabras frunció mi nariz, y provocó un sorbo profundo en mi mate amargo de media mañana, entendí su hartazgo.
Me convertí en una persona que obliga a sus hijas las 24 horas del día a hacer cosas. Hacé la tarea, conectate al zoom, ordená los juguetes, hace silencio que mamá tiene que trabajar, no interrumpan a papá que está trabajando… Todo esto me sirvió para ver que gran parte del tiempo en la vida de l@s niñ@s de hoy es un tiempo “obligado” porque insertarl@s en este sistema de agendas repletas que ayer ya no los miraba demasiado, y hoy no parece recoger el guante de las familias en pandemia, es obligarl@s a hacer mucho, en tiempos mezquinos, que no aplican a ell@s.
Es un secreto a voces. Nadie lo decía muy alto porque la escuela sostenía nuestra propia vida del deber, pero ahora que se ha caído esa estructura… Le levantamos la sábana al fantasma, que ya nos venía persiguiendo por nuestros pasillos internos. En marzo, la función primera de la escuela era que l@s niñ@s no estuvieran a nuestro cuidado para poder trabajar. Y hoy…
La palabra escuela viene del latín “schola”, y ésta del griego scholé, que significaba ocio, tiempo libre. Un momento para relajarse y disfrutar mientras se cultivaban ¿Qué significa hoy?
¿Respetamos a los niños? preguntó Paola Minetti, psicóloga especialista en pedagogía Montessori, cuestionando nuestras propias afirmaciones y banderas, y las de todos. Quizá sea hora de pensar una nueva escuela que tenga mucho que ver con el disfrute en el aprendizaje y no con ese pesar estresante en el que todos nadamos.
¡Despertemos!
Nos pasamos la vida estudiando y admirando a los valientes que sí se animaron, y cuando nos toca barajar y dar de nuevo en primera persona del plural, decidimos mirar para otro lado o enredarnos en un lamento discursivo, mantreando “estamos haciendo lo mejor que podemos”.
Podamos más, podamos mejor.
Les creo mucho a algunas personas que sudan el fracaso y se reversionan, y abren el corazón y la cabeza. Y sobre todo, les creo a mis hijas.
Preparemos café, que esto va a durar más que un zoom. Escuchemos, primero. Hablemos después. Bajemos el índice, apuntémoslo hacia nuestro pecho, hallemos el centro y, ahí, bien ahí, cerquita del timo, animémonos a masajearnos para disipar la angustia. No nos defendamos, que esto no es un juicio.
Cuenta la historia que Diógenes, retozando en Atenas, se topó con Alejandro Magno, que le dijo “…Todos dicen que eres sabio. Déjame recompensarte. Pídeme lo que quieras…” Diógenes lo miró y le contestó: “…Sólo quiero que te corras, me estás tapando el sol…”
Quizá se trate de olvidarnos de las credenciales y de los programas. De mirarnos a los ojos, de entender que todos estamos en el mismo barco, sufriendo la misma neblina, jodiendo a los mismos niñ@s. Quizá se trate de volver a lo simple, a lo primero, a lo que grita vida. Quizá, sólo quizá, se trate de devolverles a nuestros niñ@s el sol.
Que así sea. Así es.