Una pinturita.

La vida no es monocroma.


Mucho menos una combinación de dos o tres colores armónicos e impolutos.


La vida es mezcla, mucha, es desenfoque, es contraste, es caos. Tiene llanos y montañas, pintados con una zurda que arrastra la tinta y se mancha el dedo en el proceso. Tallada a veces con las herramientas del taller de un señor enorme que vive entre montañas. Con olor a tierra mojada cuando llueve, a eucalipto de montecito calmo al costado de la ruta, a toalla seca cubierta con el sol de enero.


No huelen todos los días igual, ni uno sabe parecido al otro. 


Mi cabecita narrativa vuela lejos a una película: Forest Gump. Su madre le decía que la vida era como una caja de chocolates surtidos, nadie sabe con certeza cuál le va a tocar al momento de tomar uno. A veces, nos dejamos guiar por el celofán que los cubre. Lo cierto es que recién cuando los probamos y los tenemos en la boca, girando y girando la danza del gusto, es cuando sabemos que “la pegamos”, que elegimos lo que debíamos elegir o que vamos a tener que tragar algo que no nos gusta, por muy lindo que se haya mostrado ante nuestros ojos.


¡La tiranía de la vista, ese sentido trompeta!: necesario sí, pero poco democrático con los instrumentos más sutiles, más etéreos, esos que hacen la diferencia en el espíritu.


Nos convencieron alguna vez que el living de nuestra casa tenía que ser de estética minimalista y nuestros perfiles y muros de redes sociales, también. Con el respeto que los “tótem” en diseño y marketing me merecen: les deseo con loco fervor, algunos niños pequeños y todos sus chirimbolos materiales y anímicos en sus livings… en sus muros y perfiles. Un baño de realidad con esa marejada inquieta que llega un día, para luego soltarte otro, veinte años después, dejándote solo, en ese mismo living, despoblado entonces, girando como trompo, con la sensación de no saber si pasó un segundo o una vida. La estética tampoco es minimalista allí: hay pedacitos de recuerdos y ecos por doquier, de otros tiempos. Dicen los que saben que pestañás con fuerza para aclarar el entendimiento y nada. La ficción “espacio/ tiempo” te toma por el cuello. Las fotos te gritan y vos no escuchás nada. Eso cuentan que pasa, los que peinan algunas canas más que yo y ya no corren a nadie para peinarlo.


Yo todavía en la trinchera, con bombardeo de tos y mocos [diez días trabajando con la chiquita en casa, y contando].


Este mundo es de paleta completa, amigos. Imposible emprolijar la riqueza heterogénea de ser varias cosas, varios roles, varios vínculos, varios ánimos. 


¿Cómo hago para callarme partes de todo eso si es justamente todo eso lo que me define?


Soy tantas y a la vez, con todo, soy una.


Estoy poblada de colores y me atrevo a contarte que también de texturas: tengo relieve, altos y bajos, gordos y flacos, buenos y malos. Como los días del almanaque.


Si yo soy risa incorrecta, boca torcida, pelo indomable, voz de jarro [tanguera por las mañanas, maestra ciruela por las tardes]. De mente ansiosa y cuerpo calmo. De humor flameante. De chiste fácil. De paciencia escasa [respiro hondo]. Ñoña estudiante. De luz creer, sombras al viento…


¿Qué pedirte a vos, “otro” querido, entonces?


¡Honestidad! Y en el mejor de los casos ¡Coherencia! De esas que responden más a vos que a mí.


Quiero verte tal cual sos; aunque no implique fondos blancos, letras homogéneas e impecables y tendencia. Quiero escuchar tu propia voz y leerte con la mía. 


“Pero que esto no es la vida, querida, es una red virtual”- dicen mis detractores que me tildan de “romántica”. 


¿Ah sí? No me digas.


Si esto no es parte del carnaval, avisen quien apaga la luz al salir.


La vida es eso, exactamente eso, que estás haciendo ahora, ahorita, ya.


Por casa, en breve, breve, café con bricollage. 


Y que suenen mis campañas: Crash. Boom. Bang.

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